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domingo, 23 de octubre de 2016

Homes Foscos

Hay obras que con el paso del tiempo crecen y creo que Homes Foscos es una de ellas.
Hace poco la volví a ver y las perspectivas cambiaron; las otras veces el final de la obra siempre se había quedado en mi retina al final de cada función, dándome una respuesta diferente cada vez que la veía pero esta última vez el final abierto quedó en un segundo plano.
Lo que sucede durante la hora que dura el espectáculo te sacude por dentro; entran en juego conceptos tan complejos como la moralidad, ética, juicio.
Intensidad llevada al límite.

Dos hombres en una cabaña el ritmo de la obra marcado por un deseo escondido bajo miles de miedos, y la manera de mostrarlo al otro, convencional o no, pero era "su manera" y ¿quién juzga ese manera? cuando toda la sociedad está juzgando esos deseos.

Quizá es la sociedad quien lleva a ese hombre a la desesperación,  a tratar a otro ser humano con violencia, engaños, mentiras ¿qué es real? ni él mismo lo sabe, ¿cómo podemos saberlo los demás?.
Bajo toda esa capa siempre hay un rayo de luz, en todo hombre lo hay, y aparece, se deja ver en pinceladas, dónde ambos actores desnudan su alma de manera brutal, con la misma intensidad con que segundos antes tiemblan de dolor, porque sí creo que hay mucho dolor bajo esas conductas, tanto que ya no hay claridad para salir de esa zona cómoda y peligrosa, donde dejas de ser uno mismo.
Un dolor que el espectador puede apreciar entre líneas, los actores muestran sus armas de control con aquellos sentimientos que te permiten controlar al otro: conoce el miedo de la otra persona y será tuya; un guionista con miedo a sentir, y un desconocido capaz de hacerle perder el control, juega con él y Ben (guionista) se deja atrapar en ese bucle de contradicciones llevadas al extremo, o quizá es totalmente consciente de lo qué está sucediendo; durante pequeños momentos toma el poder y somete a Bill, a Tex...somete sus miedos, dudas, deseos...para no perder el control de quién es, aunque ya lo ha perdido hace mucho tiempo...pero sólo es una historia que un guionista necesita acabar.

Montaña rusa de sentimientos con una química brutal entre Marc Vilavella y Rubén Yuste; dirigidos por David Pintó.

Hay un tercer actor y es la escenografía, muestra el paso del tiempo a través de un ramo de flores que se marchita con ellos, unos espejos dónde mirarse, un reflejo de todas las emociones que la obra nos muestra, las diferentes caras de una misma persona, incluidas aquellas que no muestra.
Una máquina de escribir, desde el principio Ben no consigue contar la historia que quiere, escribe y tira a la papelera,vuelve a escribir y vuelve a deshecharlo...tal vez la historia de su vida: escribir y deshechar porque nada es suficientemente bueno para él, nadie es suficientemente controlable para él.

La iluminación, sin ella la obra no sería la misma; marca las luces y sombras de los personajes, dejándote ver sólo lo que el director quiere, el resto a la imaginación del espectador, lo cual es un lujo, adentrarte en la historia y dejar un punto a la imaginación del que desde una butaca intenta entender todo, y hay demasiado para entender. 

Un reto para el actor y un reto para el espectador.


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